Sigue siendo el escándalo más grande del siglo. Y aunque los protagonistas se nieguen a reconocerlo en público saben que sus consecuencias pueden llegar a ser terminales para el futuro de la Iglesia Católica Romana.
De hecho la caída en la cantidad de fieles y seguidores es constante en los últimos años y se suma a la de las vocaciones religiosas y la asistencia de los fieles a los templos. Los últimos datos acerca del comportamiento de los católicos demuestra que hoy prefieren la oración en soledad que las prácticas litúrgicas ofrecidas en las iglesias.
La impresión general creada por estos retrasos es que la Iglesia católica todavía no da suficiente urgencia y prioridad a la aplicación de las recomendaciones oportunamente dadas por el papa Francisco para denunciar y combatir el flagelo. ¿Alguien frena las órdenes pontificias o solo se trata de una puesta en escena tendiente a «hacer como que» el problema es prioridad de la cabeza visible de Roma?.
El Papa Francisco renovó su compromiso para erradicar el mal de los abusos en la Iglesia, al recordar el informe publicado por el Vaticano sobre la investigación que derivó en la expulsión del ex cardenal estadounidense Theodore McCarrick. Sin embargo las víctimas de este depredador siguen insistiendo en la indiferencia del Vaticano ante sus denuncias y consideran el reconocimiento que el Papa hiciese de la culpabilidad del cardenal -a quien privó de su estado sacerdotal- se debió a que quien aparece como directamente responsable de la inacción eclesial es su antecesor Benedicto XVI, quien en su momento no prestó atención a las denuncias que llegaban desde la capital de EEUU.
La grey católica, y la comunidad mundial, aún esperan de Francisco el gesto ejemplificador que ponga luz sobre su propia realidad: ¿es víctima de un entorno -poderoso y putrefacto- enquistado en el corazón del Vaticano y con ramificaciones en todo el mundo o él mismo se ha convertido en parte de la cobertura?.
Su visión tan jesuita de los tiempos y las circunstancias parecen hoy jugar en contra de la posibilidad de reconciliar a esta Iglesia cuestionada y salpicada por el escándalo con la sociedad de la que se nutre y que es en definitiva su propia razón de ser.
El gran desafío de un papado que llegó con aires de renovación y, como el de sus antecesores, languidece en amagues que poco y nada responden a las demandas de un mundo que busca con desesperación la verdad y el fin de la impunidad del poder.
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