¿Qué es lo que hace que Alberto Fernández crea que los argentinos no tienen memoria?, ¿qué milagroso elixir consigue que el presidente pierda la noción de sus propios dichos y se convenza que cada día comienza una nueva historia?, ¿no hay nadie a su lado que tome nota de sus afirmaciones y, llegado el caso, le diga «vení Alberto, acordate que ayer nomás dijiste todo lo contrario de lo que ahora querés sostener»?.
Porque si reconocer los errores es una virtud -que la sociedad argentina seguramente valoraría en un exponente de una clase política que no demuestra pudor alguno en la exposición de sus contradicciones- ignorarlos es una estupidez, cuando se trata de distraer a los demás, una perversión, cuando es el engaño malicioso el objetivo, o un papelón cuando quien lo intenta es alguien que lleva sobre sus espaldas una apabullante dosis de rechazo y desprecio de un país que sospecha -sin importar que se trate de oficialistas u opositores- que solo cumple un papel de «correveidile» de alguien que detenta el verdadero poder.
Esta noche los argentinos vimos a un presidente que no parece siquiera tomar nota de que fue él mismo quien ejerció ese cargo a lo largo del último año. Después de tomar a su antojo todas las medidas que creyó necesarias -y que no solo no sirvieron para combatir el drama sanitario sino que, ahora queda en claro, solo ayudaron a su agravamiento- Fernández pretende que, por fin, su mirada sobre lo que está ocurriendo va a salvarnos a todos los argentinos.
Y que al final de su discurso -cuando habla de olvidar las diferencias del pasado- la audiencia va a olvidarse del principio, apenas diez minutos antes, en el que acusó al jefe de gobierno porteño y al gobernador de Córdoba de ser los grandes responsables de lo que ocurre hoy en la Argentina. Aunque la mayor explosión de casos se de por estas horas en el Gran Buenos Aires, Santa Fe y el NEA, en todos los casos gobernados por el Frente de Todos.
Enfrentamos hoy, un año y tres meses después, la misma estrategia que intentamos en los inicios de la pandemia. En el medio 72.699 son los fallecidos argentinos registrados oficialmente y 3.447.044 los contagiados. Y el presidente, avisándonos que va por la misma medicina, pretende que «lamentablemente no me equivoqué en mi diagnóstico» (sic).
Probablemente los días que vienen dejen en evidencia que esta sociedad abusada, engañada y estafada no va a acompañar más los juegos perversos de una dirigencia que ni siquiera se ha detenido a mirarla y, mucho menos, atenderla. Pero más allá de todo eso queda la sensación de barco a la deriva y de anarquía que nunca ha dejado cosas buenas a los países que son gobernados por personajes de la mediocridad irresponsable de quien detenta el mando en el estado nacional.
Como dando razón a aquella aseveración de Juan Domingo Perón cuando sostenía la imposibilidad de que un tonto se volviese inteligente, Alberto Fernández insiste en jugar al juego de la desmemoria sin tomar real conciencia de que sus propios desaciertos y claudicaciones le dieron a la sociedad mucho tiempo de encierro para preguntarse «¿dónde nos lleva este tipo?».
Y se sorprendería de conocer la respuesta…