Máximo no entiende nada. Ni de política, ni de peronismo ni de acuerdos con quien piensa distinto. Su falta de talento e inteligencia es ahora un lastre para el propio gobierno.
“Me llama poderosamente la atención el comportamiento que están teniendo un ex vicejefe de Gobierno, una ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires, un ex ministro del Interior y el ex presidente de esta Cámara ante una situación gravísima en la que dejaron este país cuando lo endeudaron en 44 mil millones de dólares”, aseguró Máximo Kirchner en el momento menos apropiado y en el que el silencio era la más ajustada demostración de ubicuidad.
La compulsión por imitar el discurso confrontativo de su madre, la incapacidad compartida que tiene con la ex presidente para comprender la realidad y entender que en el disenso debe buscarse siempre el acuerdo, máxime cuando la evaluación de fuerzas indica a las claras que no existe posibilidad alguna de imponer la propia voluntad, y una alarmante falta de cintura y conocimientos elementales del arte de la política -a la que accedió solo por derecho de sangre sin haber transitado nunca algún camino de aprendizaje y crecimiento propio- terminaron por dejarlo en evidencia ante sus pares, lo que le representará un doble precio entre los propios, como el chiquilín caprichoso y empecinado que creció creyendo que el país, el peronismo y la realidad eran de propiedad exclusiva de su familia.
Cristian Ritondo fue el encargado de ubicar en su lugar al chusco y eterno adolescente: “¿Sabe qué pasa diputado? Nos tenemos que respetar y entender cuando uno gana y cuando uno pierde. En la Ciudad de Buenos Aires, el kirchnerismo nunca nos votó un Presupuesto; en la provincia de Buenos Aires, nunca votó un Presupuesto; en el gobierno de Mauricio Macri, nunca votó un Presupuesto; si quieren gobernar, dialoguen. Cuando ganan, no dialogan, y cuando pierden tampoco”.
Ritondo fue justamente quien, tras una larga noche de negociaciones con los duros de su propio espacio encolumnados detrás de un Martín Lousteau que corre cabeza a cabeza con Máximo en eso de no entender la realidad y pretender que ella juegue solo en favor de sus aspiraciones personales, casi siempre desmedidas, había logrado que el tratamiento del presupuesto se postergase algunos días y volviese a comisión para allí, con la presencia del ministro Martín Guzmán, se terminasen de implementar las reformas que exigía la oposición y ya habían sido aceptadas por el oficialismo.
Fue mucho más difícil para el sector dialoguista de Juntos el poder convencer a los «halcones» –Lousteau, De Loredo, el excéntrico Tetaz y varios más- que para Sergio Massa lograr la aprobación del Frente de Todos que, al parecer con la sola excepción de Máximo Kirchner, había terminado por comprender que ya era imposible lograr los votos para la aprobación.
Pero tras el discurso de Máximo, muy criticado hasta por los legisladores propios, el acuerdo quedó en la nada y la ley de leyes fue rechazada por 132 votos de la oposición, 121 conseguidos por el oficialismo y sus aliados, y una abstención.
Y el gobierno, que había logrado ganar algo de tiempo y así poder diluir los efectos del mal cálculo que lo llevó a convocar a una reunión para la que no se había asegurado los votos positivos necesarios, se vio empujado a una derrota que lo deja sin un instrumento fundamental y pone además en evidencia su debilidad actual: primera sesión tras las elecciones, primera derrota política.
Que además golpea fuertemente hacia adentro de la coalición: «¿para qué vamos a buscar diálogo y acuerdos si después aparece el imbécil este y patea el tablero como si fuese el dueño de algo?», comentaba con la prensa uno de los legisladores más cercanos a Sergio Massa quien no ocultaba su enojo y sorpresa por lo que acababa de ocurrir. Para el hombre de Tigre también el precio fue muy alto; el autor del dislate puso además en evidencia que el líder del Frente Renovador dista mucho de ser una garantía a los acuerdos arribados.
Pero ya era tarde hasta para los lamentos…el futuro presidente del peronismo provincial y dueño de gran parte del presupuesto público de los argentinos, había reaccionado como un chiquilín caprichoso y había condenado al gobierno a un papelón.
¿Y si mamá le regala un mecano, así se deja de joder?…
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