Formosa ocupa el centro de la escena, pero sería equivocado confundirla con un actor protagónico: es una provincia más en el reparto de una trágica obra que representa la decadencia argentina, nuestra pobreza institucional y el creciente enojo de la gente.
Desde hace tiempo se nota en la población un desencanto que poco a poco fue variando en malestar y hoy se acerca peligrosamente a la furia. Y es que entre promesas y discursos la dirigencia del país -cualquiera sea su color político y su ubicación en la grilla de la realidad nacional- la ha ido empujando al desierto de las carencias, la falta de futuro y la desesperanza. Esa que a veces toma forma de quiebre, otras tantas de exilio y en no menos ocasiones de un individualismo creciente que no deviene de la perversión sino de la necesidad de salvarse a si mismo.
Pero hay momentos en los que un hecho se convierte en catalizador de todos esos estados de ánimo y logra despertar en el conjunto una respuesta única que suele ser tan violenta como determinante. La historia argentina está llena de estos hitos, desde nuestra propia constitución como nación y hasta la actualidad.
Formosa seguramente no será el último caso de rebelión popular -porque de esto se trata aunque la capacidad de maniobra del gobierno provincial, la intervención de la nación y la siempre presente prudencia de quienes temen el cambio de status quo puedan moderar la violencia en los próximos días. Y ello será así en tanto y en cuanto la casta gobernante y privilegiada, integrada por políticos, sindicalistas, empresarios y dirigentes de todo cuño y nivel no entiendan que se agotó el tiempo de la impunidad y asoma el de comenzar a atender las demandas sociales.