(Nicolás Aboaf)

(Nicolás Aboaf)

Con dos cargas bien enfocadas, Hebe de Bonafini irrumpió como la versión extrema de la estrategia del Frente de Todos para transitar el camino hacia octubre. Alberto Fernández quiere moderación y se irrita, con razón, cuando alguna señal de su propio frente altera o puede alterar los planes. No quiere nada que pueda oler a nafta: parecen lejanas las movidas propias que insinuaron llamas especialmente después de la reunión con el FMI. De eso se trata su malestar de estos días con Juan Grabois y el pedido de suspensión de protestas callejeras. La titular de Madres de Plaza de Mayo lo tradujo en un mensaje descarnado sobre el disciplinamiento interno y externo que imagina.

El problema para el candidato más votado de las PASO no es, por supuesto, Bonafini. Ese sería apenas un síntoma, puntual aunque no desdeñable. En todo caso, es una pieza inquietante de un tablero que con el correr de los días va a apareciendo en toda su dimensión para Alberto Fernández. Le resulta difícil sino imposible moverse como “apenas candidato”, según una efímera autodefinición, borrada por consideraciones ajenas y gestos propios, como el viaje a Madrid o los puentes con empresarios. Es un complejo ejercicio, que lo coloca a metros de la Casa Rosada pero sin ser presidente electo. Y con una elección por delante.

En ese sendero, según admiten en sus cercanías, este primer mes transcurrido desde las PASO le fue dando dimensión a la tarea que le espera si corona su proyecto presidencial. En principio, habría sido la toma de conciencia sobre cómo cada uno de sus pasos empezó a ser medido al milímetro –por los mercados, los empresarios, el mundo exterior- ya no como gesto de campaña sino como señal de posible gestión. Y después, se trataría de computar cómo cada uno de esos factores empezaba a jugar para imponer su agenda o al menos para advertir que deberían ser tenidos en cuenta como parte de la agenda inicial.

El resultado de las PASO, los números de las encuestas que le acercan al candidato y los que son consumidos en los circuitos de poder, aún con mayores cuidados, tienen efectos múltiples. Uno de ellos, para Alberto Fernández, es la demanda creciente de algún grado de definición sobre sus lineamientos económicos, más allá del pacto social que bosqueja el candidato como una tregua de seis meses básicamente en materia de precios y salarios.

Las respuestas, en esta etapa de campaña, tienen el mismo sentido razonable que la propuesta, pero por ahora, nada específico ni comprometido. Los guiños entre el candidato, la conducción de la CGT y el titular de la UIA han sido visibles.

Fernández junto a Miguel Acevedo, de la UIA, Héctor Daer, de la CGT, y Sergio Massa, entre otros

Fernández junto a Miguel Acevedo, de la UIA, Héctor Daer, de la CGT, y Sergio Massa, entre otros

Sin embargo, así como los empresarios registran el sentido del planteo, Alberto Fernández tal vez haya anotado algunos datos que no son menores. Por ejemplo, en la coyuntura, la reacción adversa a la idea mínima de un bono salarial para los privados. Pero sobre todo, las demandas empresariales más de fondo –y no sólo de los industriales- para algún plan de recuperación económica: reforma laboral y menor presión tributaria, en los primeros renglones. Ya no son sólo planteos generales, asoman como señales para una posible gestión de Fernández.

Los jefes sindicales también evalúan los gestos del candidato y se recelan por sus propias internas y alineamientos: algunos más cerca del Instituto Patria y Cristina Fernández de Kirchner –fuera y dentro de la CGT- y otros con mejor llegada a Alberto Fernández, dialoguistas en general y alguno de ellos con aspiraciones de funcionario. Unos y otros, sin embargo, saben que el tema de la reforma laboral, aún acotada, podría volver. Es más, estaría circulando algún borrador-base de un ex ministro de Trabajo.

Las miradas sobre los pasos de Fernández y los mensajes hacia sus oficinas tienen anclaje en los más variados rubros. Renglones mayores son los relacionados con el exterior: el esbozo de algunas líneas en materia de política internacional –la reciente visita a Madrid, definiciones que dejó allí como el alejamiento del Grupo de Lima, y el próximo viaje a México-, además de los contactos informales con embajadas locales.

En ese tablero, claro, se destaca además el foco en el FMI. Es visible que la etapa de interrogantes y análisis sobre la posible actitud de Alberto Fernández en ese terreno –con formal encuentro mano a mano apenas pasadas las primarias- es continuado por señales directas del Fondo pensando en su posible triunfo de octubre. Nada sencillo, con el desembolso de los 5.400 millones de dólares en veremos.

Alberto Fernández junto a Alejandro Werner, director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI y Trevor Alleyne

Alberto Fernández junto a Alejandro Werner, director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI y Trevor Alleyne

La cuestión del pacto social se recorta, visto el escenario más amplio, como una necesidad de contención social y a la vez, como un margen de tiempo necesario para tratar de acomodar las cargas si llega a la Casa Rosada. Algunos gestos de estos días podrían ser leídos como un reclamo de moderación –de acompañamiento o al menos de margen de maniobra- que trasciende la campaña.

Hebe de Bonafini lo expresó en tono de batalla. No es una sorpresa y lo saben como experiencia propia algunos dirigentes políticos y también sociales y sindicales que pasaron de amigos a enemigos, y que hoy vuelven a compartir vereda.

Juan Grabois fue el primero en recibir la carga y otros grupos piqueteros –de izquierda y no alineadas con el kirchnerismo- fueron apuntados en una segunda andanada. Disparó sin vueltas contra Nicolás del Caño y Néstor Pitrola.

Con todo, lo más significativo fue en conjunto la descalificación de esas organizaciones sociales: en otras palabras, las describió como estructuras clientelares y puso en duda los manejos de fondos y de planes para sostener las organizaciones y garantizar protestas.

No pareció únicamente un enojo por la falta de atención o rechazo a los pedidos de suspensión de marchas y cortes en continuado. Expuso más bien reflejos de una posible vuelta al poder.