“Vuelven a pulular por las calles numerosos perros bravos que son una amenaza para la integridad de las pantorrillas de los peatones. No estaría demás que la municipalidad obsequiara a los canes con algunas albóndigas conteniendo estricnina”. (La Nueva Provincia, 1902)
Por Mario Minervino / mminervino@lanueva.com
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que a principios del siglo XX la presencia (y amenaza) de los perros callejeros –siempre numerosa– se buscaba solucionar sin demasiados miramientos, dándoles de comer un trozo de carne con veneno.
Hasta entrados los 80, fue habitual ver a la perrera recorriendo los barrios bahienses, a la búsqueda de canes sueltos, los cuales en general eran luego sacrificados.
Hace unas semanas se estableció una fuerte polémica cuando el intendente de Coronel Suárez, Ricardo Moccero, anunció la salida a las calles de esa localidad de la perrera para recoger canes vagabundos, luego de que se dieran casos de ataques a personas. La decisión generó el inmediato rechazo de los pobladores, aunque el jefe comunal aclaró que los perros capturados serían debidamente tratados, vacunados y ubicados en el refugio municipal de animales.

Consultados profesionales del municipio local, señalaron que hoy resulta impensado imaginar a un vehículo recorriendo las calles para atrapar perros sueltos, más allá de que se trata de una población creciente y en muchos casos considerada de riesgo. Porque, además, se trata de animales, por los perros, “que han excedido incluso su condición de ser considerados como el mejor amigo del hombre”.
“Existe un cambio a nivel mundial sobre la forma en que vemos o nos relacionamos con estos animales, que en poco tiempo pasaron de ser mascotas, a animales de compañía y hoy ya estamos hablando de animales no humanos”, explica a La Nueva. el titular de Zoonosis del municipio, veterinario Pablo Vidal.
Ante esa visión, hay una tendencia de funcionar como gobiernos participativos, donde la ciudadanía es parte de la búsqueda de soluciones a los problemas de la comunidad. En nuestra ciudad la presencia de perros en la calle no es un tema menor, al punto que desde esa problemática hace años se viene discutiendo con distintos actores.

“Es un espacio donde se consideran diferentes puntos de vista y se buscan soluciones innovadoras, consensuadas y sostenibles a largo plazo, con el énfasis puesto en educar en las escuelas y con los inspectores de calle, para lograr ciudadanos responsables en cuanto a la relación con los animales y las consecuencias de sus acciones”, detalló Vidal.
El funcionario mencionó que es difícil precisar la cantidad de perros callejeros que hay en Bahía Blanca, aunque aseguró que no se observa un aumento, “sino más bien una disminución o al menos un número estable”.
“Nosotros trabajamos mediante la metodología de “atrapar, esterilizar y liberar” a los perros de la calle. Se los vacuna contra la rabia y se los ingresa en el Programa AdoptAme (bahia.gob.ar/adoptame), de adopción de caninos en situación de calle”, agregó.
Los datos
De acuerdo a los datos que maneja Zoonosis, en 2021 se registraron 139 mordeduras de perros. De ese total, 49 ocurrieron dentro del propio domicilio del animal, 61 en la vía pública (con propietario identificado) y otros 29 sin poder constatar si tiene dueño.
“Es decir que el 80% de los perros que mordieron tenían propietario, mientras que del 20% no se logró identificarlos, lo cual no quiere decir que no los tuvieran”, indicó Vidal.

A partir de esta estadística Vidal concluye que el mayor inconveniente al hablar de mordeduras son los perros “soltados” durante algunas horas, sin supervisión o con propietarios mal asesorados o irresponsables. A esto siguen los accidentes dentro de los hogares, muchas veces consecuencia de una mala educación o maltrato a los mismos.
Por último, el profesional explicó que quien adopta una mascota debe saber que eso le genera responsabilidades.
“La debe esterilizar a temprana edad, vacunarla contra la rabia cada año, desparasitarla cada 3 meses y sacarla a pasear con correa y con bozal. Hay que tener siempre presente que al relacionarnos con un perro u otro animal se deben tener esos cuidados, con el animal mismo y con la sociedad en que vivimos”, detalló.
Sin solución
De acuerdo a veterinarios consultados, hasta la década de los 80 funcionó en la ciudad una “perrera”, con base en la Delegación Norte, que se ocupaba de atrapar animales y su posterior sacrificio si no eran reclamados.
Recién durante la gestión de Juan Carlos Cabirón se puso punto final a ese método y se estableció un refugio en cercanías de la rotonda de El Cholo. Ese espacio al poco tiempo se vio completamente sobrepasado, llegando a contar con más de mil animales, lo que derivó en su cierre.
Luego de este ensayo la comuna puso en funcionamiento el primer móvil de castraciones como herramienta para el control de la Fauna Urbana.

En 1993 la municipalidad llevó adelante uno de los pocos estudios sobre demografía animal y verificó la existencia de un perro cada cuatro habitantes, es decir unos 80 mil canes.
El veterinario Roberto Giménez, indicó que aquel estudio reflejaba que el 60% de esos animales estaban bajo el régimen de “Tenencia Responsable”, mientras que el 40% restante eran “callejeros” o “semidomiciliarios”.
Para Giménez el problema de los perros de la calle todavía no ha encontrado una respuesta adecuada.
“La idea de los refugios se está dejando de lado en el mundo, porque los ingresos son mucho mayores que los egresos, por lo que tarde o temprano colapsan. En países no latinos, con otra concepción moral, se practica la eutanasia de los “excedentes”, cosa que aquí no sólo es impensada sino que está prohibida”, señaló.
Mencionó, además, lo complejo de tomar decisiones cuando no se disponen de estudios certeros sobre la dinámica poblacional canina/felina.
“No se sabe cuántos animales hay en nuestra ciudad, cuántos deambulan, en qué barrios y ni siquiera qué impacto tiene el programa de Castraciones”.
Incluso señaló que no existe bibliografía que demuestre que las castraciones por sí solas funcionen, si no van acompañadas de otras medidas como identificación, multas, control de jaurías y manejo de residuos sólidos comestibles.

“Nuestra ciudad es la que más ha castrado animales en la Argentina y aún así se siguen viendo animales en las calles y se repiten las quejas de los vecinos. La lógica sería que si se controla hay un momento en que se debiera castrar menos. Pero eso no pasa, porque la población se nutre de individuos provenientes de la migración, el abandono que permiten que deambulen sin control e incluso la creciente costumbre del “perro comunitario”, que podrá estar muy cuidado y alimentado por los vecinos, pero no deja de estar en la calle”, dijo Giménez.
Cuando se verifica la presencia de un animal problemático en la calle, generalmente mediante llamados al 911, interviene Zoonosis del municipio que lo retira y busca darle alojamiento por medio de alguna entidad proteccionista o un vecino.
Pero son arreglos ocasionales, no institucionalizados ni programados.
Giménez agregó que esa situación de desamparo no se corresponde sólo con los perros.

“Desde el cierre del Zoológico, Bahía Blanca carece de un lugar para rescatar cualquier animal: un puma, una serpiente, un carpincho. Hay fundaciones de animales marinos y de aves, pero de los caballos se hace cargo Nelquihué (privado), de algunos animales accidentados o bajo riesgo la gente común o los rescatistas y después, nada. Es algo que la ciudad necesita”.
Un poco de historia
La perrera funcionó a lo largo del siglo XX en nuestra ciudad, con la idea aceptada de que cumplía “una gran función higiénica al eliminar a los canes que deambulan por la ciudad, constituyendo un peligro”.
Pero la realidad es que su funcionamiento encontró siempre oposición por parte de los vecinos, al punto que los cazadores municipales debían salir acompañados por un agente de policía.

“Son muchos los que por ignorancia pretenden impedir la acción de los peones que realizan la labor de profilaxis que la recogida de canes representa”, publicó este diario en 1939.
La perrera era originalmente un carrito tirado por tres mulitas sobre el que se colocaba la jaula o canasta de hierro en que eran encerrados los perros.
“Los enlazadores tenían que reñir verdaderas batallas con dueños irascibles o con la chiquillería que seguía como un séquito avizor a la perrera para libertar a los canes en el menor descuido de los guardianes”, detalló este diario.
A mediados de los 40 el carrito fue reemplazado por una camioneta, que permití actuar con mayor velocidad e impedía las maniobras de liberación. Los cazadores, también llamados tanteros, eran además implacables. No era para menos: percibían 60 centavos por cada perro aprisionado.
FUENTE : LA NUEVA PRVINCIA
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