El equipo de Russo le ganó a River por penales y avanzó a los cuartos de final de la Copa Argentina.
Habrá que creer que sí, que Boca está empezando a revertir la racha con River. Ahora, más palpable que nunca. Por la forma en la que jugó, por la forma en la que llegó, por la manera en la que llevó el partido a los penales, por cómo lo terminó ganando. Boca, de mínima, le perdió el miedo a River. Y transformó un viejo karma en una nueva costumbre: eliminarlo, correrlo de la pelea, festejar lo que antes sufría. El equipo de Russo pasó, está en cuartos de la Copa Argentina. Y en medio de un momento difícil, se dio un gusto de los grandes. De esos que se disfrutan largo, que también marcan la historia, claro que sí.
Que no acertó un tiro al arco en 90 minutos (los tres intentos fueron desviados) será un detalle que marcará el partido pero no el final. Otra vez Rossi se hizo héroe, otra vez los que tenía que patear lo hicieron con personalidad y decisión, y de nuevo, como en el último Súper por la Copa de la Liga, se clasificó Boca por penales (4-1 tras el 0-0). Con sus armas, lo jugó de la manera que más le convenía, quizás de la única manera que podía. Y lo hizo. Lo hizo de nuevo. No sólo no perdió ninguno de los cuatro superclásicos de este 2021, sino que ahora, a la luz de los hechos, podrá decir que lo eliminó cara a cara en dos.
Que de arranque que Boca le complicó la vida a River. Lo asfixió, no lo dejó pensar, no lo dejó crear, lo sacó del libreto. No le permitió generar sus sociedades, las que lo hacen un equipo diferente. Ni De la Cruz para Montiel, ni Paradela para Angeleri, ni ninguno de ellos para Álvarez y Romero. Desde lo estratégico, el Xeneize logró equiparar así las súper diferencias que había en la previa.
Con eso, y con enjundia, claro. Porque al buen planteo inicial de Russo, el equipo le sumó actitud, compromiso, presión, una dosis de furia y hasta de rabia, como si hubiera masticado todo lo que se dijo antes, como si se hubiera devorado las encuestas que no lo daban como favorito, como si hubiera canalizado así todo lo que le pasó en este tiempo afuera de la cancha. Y le hizo bien.
River se sorprendió. No se sintió cómodo con la presión y la fricción de su rival ni tampoco con la cancha. Le costó hacer pie, como si este césped mixto del Único de La Plata que también tiene el Monumental no le resultara familiar. Y le costó, además, hacerse cargo del partido, como favorito, como equipo hecho y derecho, y encima mejor plantado en los papeles.
En ese escenario, con Boca mejor durante la primera media hora, el partido se hizo parejo, intenso, movido, pero a la vez, mal jugado. Hasta que River empezó a tomar las riendas. O mejor dicho, hasta que apareció De la Cruz. El uruguayo suele ser la llave que abre huecos donde no los hay y su aparición equilibró las acciones. Aunque no fue constante.
El equipo de Gallardo, igualmente, pareció levantarse, más bien despertarse. Y ahí, en ese tramo, fue que tuvo la chance más clara del PT: esa gran jugada de Álvarez que si no fuera por la intervención justa de Rossi, hubiera terminado en el primer gol de Romero en un superclásico (luego el que falló también fue Zuculini).
Lo mismo pasó en el arranque del segundo tiempo. Esta vez fue Paradela quien rompió la estructura táctica de Boca y los mismos intérpretes, Romero primero y Zuculini después, tuvieron la ocasión de marcar la ventaja. Y ahí, otra vez tapó Rossi, y empezó a convertirse en la figura de la cancha.
Nota de Sergio Maffei para Ole deportivo.