al Cholo Ciano
“Yo iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético”.
Julio Cortázar.
Inicio de los años 60´ en aquella Mar de Plata que dormía su siesta de pueblo y despertaba laboriosa sobre sus jóvenes avenidas asfaltadas, sobre sus calles de chalecitos bajos con frente de piedras, techos a dos aguas con tejas españolas y madera artesanalmente hachada. Aún con algunas esquinas generosas y extensos baldíos que parecían gigantescos pulmones oxigenando prósperas barriadas que crecían al compás de la industria textil y del turismo.
Una época donde los pibes gastaban su tiempo en los potreros, en los clubes, jugando hasta que el sol se iba con la tarde y llegaba el grito de la vieja que ponía fin a las travesuras. Cuando el Petiso Aguirre, canchero del Atlético, apuraba el paso de los remolones que se resistían en la puerta y esperaban hasta la caída de la noche para marcharse por Rivadavia, extenuados, plenos, dichosos, inmensamente felices.
Emilio Tito Tacconi, Marcelo Urciuoli, primo del Negro – leyenda del básquet Milrayitas- ,Eduardo Quintela, Rubén Ruso Muñoz y Ubaldo Sacco, formaban parte, entre otros, de una entrañable barra de amigos que transitaban sus vidas en las mismísimas entrañas del Decano.

Básquetbol Atlético MdP 1968 Infantiles. Uby es número 6
Uby, dueño de una pícara y muy dulce sonrisa, era por entonces quien lograba destacarse en cada uno de los deportes que practicaba. El hijo del popular boxeador Ubaldo Francisco Sacco parecía tener un don especial, un talento innato, una virtuosa manera de interpretar y ejecutar cualquier técnica o gesto deportivo.
Tito Tacconi, cinco años menor que Uby, fue el amigo del amigo, no del campeón. Fue el compinche, el compañero de aventuras, el confidente. Juntos trabajaron como parapalos en el Bowling del club, juntos desarmaban, destornillador y pinza en mano, una pequeña ventana lindera al escenario principal y se metían “clandestinamente” en la cancha de pelota paleta, generando el enojo del Vasco Beramendi.
Una sencilla pelota de trapo era para ellos el nexo afectivo y la excusa perfecta para recorrer juntos la vida. Para realimentar sueños y utopías, para crecer con esa graciosa majestad que sólo es patrimonio de los niños. Uby improvisando en los picaditos las gambetas del Loco Bernao, gritando goles de su amado Independiente de Avellaneda. Rebautizando en el potrero de Rivadavia y Jujuy a Rubén Muñoz, querible colega, uno de los íconos del basquetbol marplatense.
“Yo había llegado a Mar del Plata en 1967, tenía 13 años de edad, vivía a la vuelta del club. En un partido yo no largaba la pelota y Uby me empezó a gritar que la pasará, que no la pijoteara. ¡Dale Ruso soltala! Y a partir de allí, por él, soy el Ruso”.

Uby y amigos del Atlético
Algunos socios del Atlético todavía atesoran en su memoria el golpazo que se pegaron Urciuoli, Quintela y Uby cuando la secretaria los encontró espiando a las chicas del básquet que se estaban duchando en el vestuario de damas. Los pibes habían fabricado una hendija secreta y trepados a un tablón que era estratégicamente ubicado sobre dos latas de pintura, alcanzaban la posición exacta que les permitía fisgonear a sus compañeras. La sonrisa de Uby lo delató y en la huida los tres rodaron escaleras abajo.
Tito me confiesa que su amigo Uby era el mejor en el Bowling, en el Casin, que amaba al club, sus colores y que tenía un inquebrantable sentido de pertenencia con ese lugar en el mundo donde era feliz. Luego, la convivencia con grandes boxeadores en el gimnasio de su padre y su inocultable pasión por el deporte de los puños fue arrebatándole horas al tiempo compartido en el Decano y entonces fiel a su estilo, trepado a su avasallante personalidad, comenzó a moldear el mito.
Alguna vez, Ubaldo, su papá, me contó que Uby en 1969, cuando apenas tenía 14 años de edad, se trompeó con un zurdo, su apellido era Bustos, fue en el ring que se había montado en el Club Trabajo, en mi pueblo, en Balcarce. Faltaba un boxeador, entonces el pibe se animó y cosechó un auspicioso empate técnico. Luego, ese mismo año, fue protagonista de otra pelea, esta vez en el recordado Estadio Bristol de Mar del Plata. Su rival fue un tal Bruñon, un ignoto balcarceño que se animó a cruzar guantes con aquel carilindo que ya ganaba prestigio y mujeres bellas en las tentadoras noches marplatenses. El debut profesional llegó el 22 de abril de 1978 donde venció por abandono en el quinto round a Luis Garay.
El 23 de mayo de 1981 Ubaldo Sacco comenzó a erigirse en una seria promesa del pugilato nacional al superar por puntos en el Luna Park a Roberto Alfaro. Esta victoria lo consagró Campeón Argentino y fue el primer espaldarazo para desandar el camino que lo transformaría el 21 de julio de 1985, ante el “Perro loco” Gene Hatcher, en el casino del Municipio de Campioni D´Italia, en el mejor Welter Junior del mundo de la AMB.
Ernesto Cherquis Bialo escribió en la revista El Gráfico la noche del triunfo ecuménico: “Ubaldo Néstor Sacco nos regaló un boxeo brillante, ataviado con la elegancia que solo tienen los crack, pero también acorazado con la fortaleza anímica que únicamente poseen los elegidos. Pinta, corazón, estilo, inteligencia y una personalidad rebelde y diferente”.
Tito me confiesa que su amigo Uby tuvo un gesto que nunca olvido y que lo conmueve profundamente cada vez que lo recuerda. “Yo cumplo años el 25 mayo, por eso dos días después de ganar el título Argentino me regaló la revista del Ring Side especialmente autografiada. Fue algo inolvidable. – ¡Este campeonato es para vos Tito!, me dijo.
La gloria repentina y las malas decisiones lo tomaron del cuello y poco a poco fueron arrancándole del rostro su pícara y atrevida sonrisa. Ubaldo Néstor Sacco a los golpes se ganó un lugar en el mundo y a los golpes con la vida se cavó su propia tumba.
Es que a veces debajo de la bata y apretados a los piolines que ajustan los guantes, se esconden algunos temores inconfesables. A veces, el talento se pierde en la inmensidad de la noche y el coraje no alcanza. El ángel pierde sus alas y cae estrepitosamente. Entonces, los amigos del campeón, cobardes e insensibles al fin, huyen y se desembarazan de las palmadas, las promesas y los abrazos que ya no les son redituables.
El camino hacia el cuadrilátero puede conducir a la gloria o al mismísimo infierno. Los temores, las dudas y los reproches no ocupan un lugar en el escenario de la contienda. En el ring no hay tiempo que perder, allí sólo brotan una infinidad de golpes, y el hombre está solo. Tan solo como cuando los ingratos denostaron su trayectoria profesional en nombre de la moral y las buenas costumbres de una ciudad. Hipócritas que deberían revisar sus propias vidas antes de juzgar las ajenas.
Eduardo Galeano solía decir que el placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de crearlos. Muchos de los que se golpeaban el pecho y se autoproclamaban amigo del campeón habían comenzado una lapidaria campaña de desprestigio contra él.
Pero Tito, su compinche, su compañero de sueños, su confidente, su amigo de la infancia siempre estuvo a su lado, hasta el último día.

Uby y Tito Tacconi
“Fui a verlo a la cárcel. Conocí por él muchas comisarías. Nos cuidaba cuando aparecíamos en lugares que él creía no teníamos que frecuentar. Durante muchos años recorrió todas las distribuidoras de juguetes de Mar del Palta y les llevaba regalos a los chicos del Materno Infantil y de APAND. Uby siempre tuvo un corazón enorme, siempre. Cuando estaba internado en el hospital no quería que lo fuera a visitar. – Mira como estoy Tito, no quiero que me veas así– Estaba flaquito, doblado, chiquito”.
Murió el 28 de mayo de 1997 en el Hospital Interzonal de Agudos Oscar Alende a causa de una afección cerebral producto de una meningitis y un tumor en las fosas nasales. Tenía apenas 41 años. Unos días antes había dado una charla junto a Omar el Príncipe González para los alumnos de primer año que estudiaban periodismo en Deportea.
El 28 de junio de 2019 por iniciativa de la Peña Blanquinegra Ángel Zamboni, estoica restauradora de gestas e ídolos del deporte Decano, se inauguró oficialmente el Gimnasio Uby Sacco. Atlético Mar del Plata recuperó de esta manera un espacio para la práctica del box, actividad regenteada por la Escuela de Juan Maldonado y saldó, además, una vieja deuda dirigencial con una parte de su historia deportiva. Guillermo Herrero y Claudio Giovanoni, presidente y vice de la institución, reivindicaron en compañía de viejos socios, simpatizantes y vecinos, a ese chiquilín que amaba a su club, que creció entre sus paredes y que se convirtió con los años es uno de sus más preciados sellos identitarios.
El escritor José Valle definió a Uby como a un púgil cuyo arte era incomparable. “Su jab de izquierda una daga fría y certera, la guardia como manda la cátedra, los golpes justos y precisos, nunca uno de más, Sacco era un estratega arriba del ring”.
Pensaba también en Julio Cortázar, quien iba a ver las peleas en el Luna Park con un libro bajo el brazo y pregonaba desde su talento literario que el boxeo también era un espectáculo estético.
En consecuencia escribo que Uby Sacco fue uno de los mejores de los últimos años. Un esteta en la brutal hostilidad de un cuadrilátero, un distinto que hizo de su deporte un genuino espectáculo estético, pletórico de belleza, nobleza y valentía. Un elegante caballero con cara de nene que pudo doblegar a temerarios enemigos sobre un ring, un pibe sencillo, de barrio, que no pudo asimilar las piñas del diario trajín, que padeció con crueldad los cachetazos fantasmales de la noche. Golpes que llegaron exactos y puntuales, certeros, inapelables, lapidarios.

Autobomba con el campeón del mundo en Atlético
Desde la letra y la música de Lalo de los Santos yo también te pido que no te caigas campeón, no te caigas. Porque estés donde estés, el recuerdo sincero de la gente que te quiso y te quiere mucho perdura inmortal y de alguna manera te ayuda a sanar viejas heridas, a transformar en horizontes los abismos.
¡Feliz cumpleaños querido Uby! Estés donde estés. Estas líneas viajan intrépidas e indomables por el éter para acurrucarse junto a tus afectos más cercanos y afincarse en esa época donde junto a todos los pibes de la barra gastabas aquel tiempo en los potreros y en tu amado Atlético Mar del Plata, jugando hasta que el sol se iba con la tarde y llegaba el grito de la vieja que ponía fin a las travesuras. Aquel tiempo cuando el Petiso Aguirre te apuraba el paso, a vos y todos los remolones que resistían en la puerta y esperaban hasta la caída de la noche para marcharse por Rivadavia, extenuados, plenos, dichosos, inmensamente felices…
Mario Giannotti